Mientras ordeno el disco externo, lleno de carpetas con imágenes desorganizadas, me encuentro entre un mar de retratos donde sus personajes me dan la espalda. Mientras las miro secuencias de relaciones pasan en mi cabeza: el romanticismo de Caspar Friedrich y su hombre mirando al mar, el naturalismo y el teatro de Brecht, Marlon Brando en Un tranvía llamado deseo… pero sobre todo doy vueltas sobre la idea de espía. Espía o custodio de un instante que solo puede suceder entre el visor y yo, arrebatándole al personaje una imagen que no es abrumada por la presencia de la cámara. Poco saben de mis planes, poco se sienten amenazados.
Sigilosa ladrona me siento frente a la cantidad de imágenes sin rostro desparramadas en diferentes carpetas. Me pregunto si son realmente retratos, sin rostro, sin mirada. Porque tal vez lo que es primordial en la foto no es el retratado, si no ver a través de él, como una subjetiva con referencia. ¿Qué pasa con mi mirada, la del sujeto y la del espectador? ¿Somos cómplices?. Les invito a ver la serie y ser parte del juego.